América Latina experimentará un nuevo decrecimiento en su producción en el 2016, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero no todos los países sufrirán la misma suerte. Algunos mostrarán tasas de crecimiento real más vigorosas, como los del área centroamericana y el Caribe. Sin embargo, el entorno externo y los desequilibrios macroeconómicos internos impondrán riesgos en casi todos ellos. En este contexto tan variado, ¿dónde se ubica Costa Rica?
La realidad es que cuatro países del sur seguirán en recesión y, dada la magnitud de sus caídas y el peso relativo de su producción, arrastrarán a toda la región a cifras rojas (-0,3%). Esos países son Brasil (-3,5%), Argentina (-1%), Venezuela (-8%) y Ecuador, que también sufrirá una pequeña recesión. Los demás mostrarán tasas de crecimiento moderado, inferiores al 3%, excepto Centroamérica que, en conjunto, crecerá un 4,2%, por encima del crecimiento promedio mundial (3,4%).
En Brasil, convergen casi todas las dificultades económicas imaginables (solo superadas en Venezuela): desequilibrio en las finanzas públicas y deuda pública creciente; déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos, caída en los precios del petróleo y otras materias primas; fuerte devaluación y, como consecuencia, incremento en la inflación; alto desempleo; denuncias de corrupción; y un sistema político incapaz de dictar pautas para corregir la macroeconomía. Todos estos factores han provocado una caída muy sensible de la inversión privada, causante principal de la recesión.
Venezuela se coronará como el país más mal manejado económica y políticamente, con una caída consecutiva en la producción (en el 2015 había bajado un 10%). Los problemas fiscales se venían ocultado parcialmente con los ingresos del petróleo, pero cuando cayeron los precios la situación se hizo insostenible. La falta de divisas ha causado escasez de bienes finales e insumos (menor oferta agregada) lo que, aunado al financiamiento monetario del déficit fiscal (expansión de la demanda), genera una inflación galopante calculada por el FMI en un 720% para este año. En tales circunstancias, la inversión del sector privado brilla por su raquitismo.
Argentina es un caso especial. Tras años de un manejo macroeconómico muy populista en manos de los esposos Kirchner, la nueva administración de Mauricio Macri enfrentó el reto de eliminar las múltiples distorsiones existentes, reducir los déficits fiscal y en cuenta corriente de la balanza de pagos, liberalizar (gradualmente) los precios y también el reprimido mercado cambiario que afectaba las exportaciones. Todas estas reformas tendrán un costo a corto plazo, pero surtirán efectos positivos a mediano y largo plazo.
Si se eliminan estos países del cómputo del crecimiento, la región no sale tan mal. Chile crecerá un 2,1%; México un 2,6%; Colombia un 2,7% y Perú un 3,3%. En Centroamérica, según notamos, la expansión promedio será un 4,2% y, en Costa Rica, será un poco mayor, según las nuevas cifras del Banco Central. En el 2015, la producción creció un 3,7% (comparado con un 2,8% estimado con la anterior metodología) y en el 2016 se proyecta un crecimiento del 4,3%, superior al crecimiento neto de la región (excluyendo los cuatro países malportados).
Una buena parte del crecimiento de los países centroamericanos, en su mayoría importadores de petróleo y materias primas, se relaciona con la recuperación del mercado norteamericano (hacia donde se dirigen la mayoría de nuestras exportaciones) y la caída en los precios del petróleo. Eso ha permitido mantener estabilidad cambiaria, incrementar las importaciones y el consumo y ostentar bajos niveles de inflación.
Los riesgos que enfrentan todos los países de la región, incluido el nuestro, han sido claramente identificados. Van desde ajustes en las tasas de interés en Estados Unidos, volatilidad de valores y monedas que podrían tener ajustes financieros fuera de lo común (hay países y empresas privadas altamente endeudadas en dólares), bajo crecimiento de la economía mundial, incluida China, y, por tanto, de las exportaciones, y un posible cambio en el sentimiento de inversionistas hacia países que anteriormente se percibían como menos riesgosos. El riesgo será mayor, obviamente, en aquellos con bajas tasas de crecimiento real, incertidumbre política que deprime la inversión y desequilibrios macroeconómicos pronunciados.
En ese contexto, la situación de Costa Rica debe ser analizada con cuidado. Si bien cuenta con tasas de crecimiento real actual y esperada por encima del promedio de la región y el Banco Central tiene suficientes reservas para amortiguar cambios inesperados en los flujos de divisas, también tiene un déficit fiscal que, de descuidarse, podría provocar una crisis de mayores proporciones. En cambio, si el problema se enfrentara por la doble vía de reducción sostenida de gastos y mayores ingresos, acompañada de la indispensable aprobación de reglas fiscales para prevenir recurrencias posteriores, podría hacer frente a riesgos eventuales con mayor facilidad.
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